Por Charles W. Colson
14 de agosto de 1999
Si viste la película “Titanic”, sabes mucho de lo que sucedió esa noche de 1912, cuando el barco que ni siquiera Dios pudo hundir, se hundió. De las 1,528 personas que terminaron en el agua helada, solo seis fueron rescatados. ¿Pero sabías que uno de esos seis se salvó dos veces esa noche?
Su historia es un recordatorio inspirador de que hay más en la vida que la mera supervivencia.
Para contar la historia de este hombre, primero tengo que hablarte de otro hombre, un escocés llamado John Harper. Harper, un ministro del Evangelio, abordó el Titanic con su hija de seis años, Nana. Planeaba viajar a la Iglesia Moody en Chicago, donde había sido invitado a predicar durante tres meses. Cuando el barco golpeó el fatídico iceberg y comenzó a hundirse, Harper se aseguró de que colocaran a su hija en uno de los botes salvavidas. Luego comenzó lo que sería el último trabajo de evangelización de su joven vida.
Mientras las aguas heladas comenzaban a llenar el barco, se escuchó a Harper gritar: “Deje que las mujeres, los niños y los no salvados suban a los botes salvavidas”. Los sobrevivientes informaron que Harper se quitó su propio chaleco salvavidas y se lo dio a otro hombre. “No te preocupes por mí”, según los informes, dijo: “No voy a bajar, ¡voy a subir!”
Cuando el barco comenzó a hundirse, más de 1,500 pasajeros saltaron o cayeron en las aguas heladas. Mientras se ahogaron o se congelaron gradualmente, se vio a Harper nadando de un pasajero a otro, suplicándoles que aceptaran a Cristo.
Solo seis de las 1.500 personas que luchaban en el agua fueron luego rescatadas, incluyendo un hombre que más tarde se identificó como el último convertido de Harper. Este joven se había subido a un pedazo de escombros. Harper, que luchaba en el agua cerca de él, gritó: “¿Estás a salvo?” “No”, respondió el hombre. Harper luego gritó las palabras de la Escritura: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. El hombre no respondió, y un momento después se alejó flotando sobre las olas.
Unos minutos más tarde, la corriente reunió a los dos hombres nuevamente. Una vez más, la respuesta fue “no”. Con su último aliento, Harper gritó: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. Luego se deslizó bajo las olas por ultima vez.
Entonces, el hombre del que había sido testigo decidió entregar su vida a Cristo. Cuatro años más tarde, en una reunión de supervivientes del Titanic en Ontario, Canadá, este hombre entre lágrimas dio su testimonio relatando cómo John Harper lo había llevado al Señor.
No necesito decirte que esta historia dramática nunca apareció en la película. Vivimos en una cultura que parece estar más interesada en historias ficticias de romance, sexo ilícito y joyas invaluables que en el verdadero romance entre Dios y su pueblo.
Cuando aparezca el tema del Titanic, como puede ser en el aniversario del hundimiento, cuénteles a sus amigos la historia del joven ministro escocés que fue testigo de Cristo con su último aliento. Y asegúrese de que sus hijos conozcan bien la historia. John Harper nos recuerda una gran lección, el secreto de las eras: que hay más en la vida que la mera supervivencia.