El niño tenía muy mal genio, así que su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera los estribos debía introducir un clavo en la cerca del patio de la casa. ¡El primer día el niño clavó treinta y siete clavos en la cerca! Pero poco a poco fue calmándose al descubrir que era mucho más fácil controlar ese mal genio que meter los clavos en la cerca.
Por fin llegó el día en que el muchacho ya no perdía los estribos fácilmente. Cuando fue a comunicárselo a su padre, éste le sugirió que por cada día que tuviera éxito controlando su carácter, sacara un clavo de la cerca.
Con el paso de los días el joven pudo finalmente informarle a su padre que ya había sacado todos los clavos de la cerca. Ante esto, el padre lo llevó de la mano a la cerca del patio y le dijo: “Mira, hijo, has hecho bien. Pero ahora quiero que te fijes en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Esta cerca jamás volverá a ser la misma de antes.
Cuando dices o haces cosas con enojo, dejas una cicatriz como este agujero en la cerca. Es como meterle un cuchillo a una persona. Aunque lo vuelvas a sacar, no puedes hacer que desaparezca la herida, pues que la cicatriz. No importa cuántas veces pidas perdón, la herida permanece y la cicatriz la acompaña. Y una herida física es igual de grave que una herida verbal. Los amigos son verdaderas joyas a quienes hay que valorar. Te apoyan y te animan a mejorar, te escuchan y te dan palabras de aliento. Siempre tienen el corazón dispuesto a recibirte. Por eso, trata a tus amigos de tal manera que no tengas que lamentar el haberlos herido con tus palabras”.
Aquel padre tenía tola la razón. Cuando herimos a otros con nuestras palabras, podemos pedirles perdón, pero siempre queda el recuerdo. No podemos exigirles que jamás vuelvan a acordarse de esas palabras tajantes. De ahí el refrán que dice: “La lengua del mal amigo más corta que el cuchillo”. Es por eso que en la lección que el padre le dio a su hijo, se concentró en al relación que tenemos con nuestros amigos. Esa relación es como una hermosa planta que debemos cultivar, no sea que la descuidemos y destruyamos.
Más vale que sigamos el consejo del sabio Salomón. “El que refrena su boca y su lengua se libra de muchas angustias” — afirma el proverbista — mientras que “el ligero de labios provoca su ruina”. Porque así como insinúa el refrán: “El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio”.
Hoy más que nunca es difícil hallar un buen amigo. ¿Cómo arriesgarnos a perderlo por simple descuido? ¿Por qué no determinamos ser buenos amigos nosotros mismos? Resolvamos brindar alivio con lo que decimos, y evitar a toda costa pronunciar a la ligera cualquier palabra que pueda herir a un amigo. Así no tendremos que desclavar palabras que han de dejar cicatrices desagradables.