Texto: Hechos 24:10-16
Hay una leyenda del Oriente acerca de un príncipe que recibió de un mago de renombre un anillo con diamantes, perlas y rubíes. “Gran Amo —dijo el mago—, lo que le he dado tiene más valor que las piedras preciosas con las que está incrustado. Tiene una muy rara y mística propiedad que usted pronto descubrirá.” El príncipe pronto se dio cuenta de que el anillo le quedaba perfectamente bien en el dedo en circunstancias comunes, pero cuando percibía un mal pensamiento o actuaba de manera indebida, el anillo de pronto se encogía y le presionaba el dedo. De esa manera lo advertía de pecado.
Es fascinante esa leyenda. Gracias a Dios, esos anillos no son propiedad única de reyes. El más pobre puede ser dueño de esa inestimable joya. El anillo de la fábula es como la voz de Dios que nos advierte cuando cometemos el mal. (Vea Romanos 2:15.)
Aunque nuestra conciencia es de inmenso valor, no es infalible. Como ha sido contaminada por el pecado, las advertencias contra la maldad deben ser guiadas por la gracia de Dios y su Palabra. La Biblia habla de personas que tienen conciencia “débil” (1 Co 8:7); una conciencia mala y corrompida (Ti 1:15; Heb 10:22); y hasta de aquellos que se han compenetrado tanto en el pecado que han perdido toda sensibilidad al mal porque tienen la conciencia “cauterizada” (1 Tim 4:2).
El salmista exclama: “En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti.” Él reconoció que una conciencia tierna y veraz tiene que ser gobernada por la Palabra y el Espíritu de Dios.
- Si Dios y tu conciencia aprueban tus caminos,
- No temas; no importa quien te acuse.
- Si Dios y tu conciencia desaprueban tus caminos,
- ¡Teme! Aunque nadie te acuse.
Pensamiento: La conciencia es como el reloj de sol. Cuando caen sobre él los rayos de la verdad de Dios, ¡señala en la debida dirección!