En un lejano país el rey condenó a muerte a uno de sus cortesanos. El pobrecito le propuso y acordó con el rey no ejecutarlo si en un año el condenado podía enseñarle a volar al caballo del rey.
“Por qué postponer lo inevitable?” preguntó un amigo.
“No es inevitable”, le contestó. “Las probabilidades son de cuatro a uno en mi favor. Primero de que el rey pudiera morir. Segundo de que yo pudiera morir. Tercero de que el caballo pudiera morir y cuarto de que quizás yo pueda enseñarle a volar al caballo”.